Palabras de María de Jesús Patricio Martínez, vocera del CIG, en Nezahualcóyotl. 26 de noviembre de 2017


Hermanas, Hermanos:
La justicia y la verdad germinan de la resistencia y la rebeldía, y desde ellas necesitamos desmontar el poder que nos oprime.
Como mujeres nos queremos vivas, como viva está nuestra madre la tierra y como vivos estamos los pueblos.
Nos queremos libres, como libres queremos nuestros territorios y a nuestra gente consciente y solidaria.
Nos queremos sin miedo, porque es el momento de cambiar desde lo que somos como mujeres los tejidos que nos unen como familias, que nos unen como pueblos originarios y como sociedades de la ciudad.
El sistema capitalista está basado en la opresión de nuestros hermanos y hermanas en las fábricas, en el despojo con violencia de nuestros recursos naturales, de nuestras tierras, en la explotación de hombres y de mujeres en el campo y la ciudad, en acabar con todos los tejidos organizativos para ser el mandón que dice dónde destruirá o privatizará, porque antes ya destruyó y privatizó a pueblos enteros e hizo violencia sobre las personas que defienden esos pueblos y las que defienden los acuerdos comunitarios, que no sólo ocurren en nuestras comunidades sino cada vez más en las ciudades, las que defienden su tierra, su trabajo o su familia.
Entonces, destruir o privatizar nuestros cuerpos y nuestras vidas es esa misma opresión que hacen los hombres de todas las esferas de la sociedad contra las mujeres, es ese mismo desprecio y violencia que se vive en muchos hogares, en las familias, en las fábricas, en las oficinas y en los campos, porque es la opresión capitalista.
Defender entonces la organización como mujeres y cambiar desde ahí el mundo, es una necesidad que tenemos como humanidad, pues sólo de esa manera podremos romper el tejido que los poderosos hicieron sobre todas y todos, que no sólo está poniendo en riesgo la vida de nosotras, sino de nuestra madre tierra y por lo tanto de la vida en su conjunto.
Las miles de mujeres muertas en el país no sólo nos hablan de la impunidad que rodea a los criminales cuando pertenecen a las clases privilegiadas, sino que son un espejo de la guerra que hay en contra de la organización de abajo, que busca a costa de todas y todos arrasar los intentos por reconstituirnos como sociedad.
Cuando violan, desaparecen, encarcelan o asesinan a una mujer es como si toda la comunidad, el barrio, el pueblo o la familia hubiera sido violada, desaparecida, encarcelada o asesinada, buscando en medio de ese luto y miedo colonizar y pervertir el tejido que hay en nuestro corazón colectivo, para adueñarse de todo cuanto somos y convertirlo en la mercancía que necesitan para la acumulación insaciable de dinero y poder que hace a los capitalistas lo que son.
Entonces, atentar contra la vida de las mujeres, contras su integridad, su dignidad y sus derechos, es atentar contra la vida misma y para un pueblo es profundamente autodestructivo, pues el colectivo sagrado que imaginamos, ejercemos y luchamos es lo que defendemos fundamentalmente en esta la lucha como mujeres indígenas.
Para quienes soñamos el nacimiento de un nuevo mundo, donde de verdad quepan todos los mundos, esa es la única vía que tenemos, por lo que el silencio, el miedo, el machismo y el patriarcado capitalista que nos mal gobiernan son el odio mismo de los poderosos contra la vida. Entonces, hermanos y hermanas, es el momento de tumbar también esos muros, debemos agrietarlos con la lucha y la organización como mujeres que somos, para tomar el papel que nos reclama la historia, que inicia desde que nació la vida en el mundo y desde que nace la vida a cada instante.
Un crimen de odio es un crimen capitalista, entonces no nos callemos ante ello y respondamos con digna rebeldía y organización, porque es cierto que cuando la sangre es de una mujer, la herida es de todas y todos, es de nuestra madre y nuestras hijas, es de nuestras abuelas y es de nuestra madre la tierra, que es la luz que nos guía para hacer parir una nueva civilización autónoma y rebelde, y que hoy nos pide que nos levantemos por los que todavía no nacen.
Entonces, esta no es una lucha solamente de las mujeres o de las víctimas y sus familias, es una lucha que llama también a los hombres con quienes construimos nuestra resistencia diaria y con quienes soñamos la esperanza que ya se dibuja en el horizonte, es una lucha que nos corresponde como colectivos y como colectivos de colectivos para desmontar el poder que es esencialmente machista y patriarcal.
Compañeras, es la hora de las mujeres que luchan y se organizan, es la hora inaplazable de sacudir todos los rincones que tenemos como sociedades del campo y la ciudad rompiendo la opresión, el desprecio, la represión y la explotación en contra de nosotras, pues esa es la guía y la esperanza para millones de personas en México y el Mundo, de que un otro mundo nuevo, recién parido, justo, rebelde y organizado, es posible.
A 26 de noviembre de 2017.

Nunca Más un México sin Nosotras.

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